Escuchó de nuevo aquella melodía y se trasladó veinte años
atrás.
Al momento en que escucharla, le dolía. La mataba. La
anegaba en lágrimas. Llorando bocabajo, empapando la almohada. Así tumbada,
recordaba las imágenes de él, amándola; de ella cantando la canción. Y el
momento del adiós.
Recordaba que recordaba aquel dolor y descubría cómo ahora,
en ese momento de su vida, le volvía a nacer cantarla a pleno pulmón. Porque
sí. Sin dedicársela a nadie, salvo a
ella. Porque había descubierto que su vida era siempre “en rose”, y había
llegado viva hasta aquí, después de todo.