Absorbo con los ojos
el horizonte
lapislázuli
con la avidez
de un sediento.
Aspiro hasta el infinito
el salitre y el viento.
Grabo el rumor
del oleaje,
del estallido salvaje
del sol y de la arena.
Me introduzco el paisaje
en el cuerpo
a través de sentidos
y poros,
como el que guarda
doblado
un pañuelo
en el bolsillo
del pecho.