viernes, 10 de mayo de 2013

Goliat


   Goliat corría como siempre. Le gustaba retarse. Trepó  de una carrera hasta la cima de la colina, desde donde se divisaba todo el verdor del valle.  Allí arriba, frenó  de repente , echando su cabellera hacia delante. Estiró el cuello y giró la cabeza hacia el horizonte. Así quedó unos minutos , posando para un  pintor imaginario . Le encantaba saber que su estampa y su pelo rojo, se contrastaban contra el azul del cielo. Sabía que no era el más inteligente, ni el más hermoso, ni el más rápido; pero era un caballo, y eso, ¡era importante!
   Llegó trotando a un paraje árido, diferente a sus prados verdes y riachuelos transparentes. Le fascinó el lugar. Todo parecía resplandecer como si millones de pequeños soles terrestres se hubiesen encendido a la vez.
Raspó con sus pezuñas las piedrecitas que se deshacían crepitando. Descubrió con entusiasmo que si aceleraba su carrera, podía encaramarse en lo alto de las dunas y resbalar al otro lado  en medio de una gran polvareda.
   El habitante de aquellos lugares, hacía rato que le observaba. Primero con reservas y más tarde con franca simpatía.
En su loca carrera de saltos y coces, Goliat, trotó peligrosamente cerca de su observador oculto, que le gritó:
-¡Cuidado, patazas, que me aplastas!
-¿Patazas?- resopló, airado, cuadrándose sobre sus cascos. Orientó  las orejas para reconocer de dónde venía aquella voz profunda y descubrió al alacrán camuflado en el terreno.
-¿Cómo te atreves a llamarme patazas,… enano?
-Eres muy torpe para ser un caballo. Podrías haberme matado – continuó el alacrán muy  tranquilo, mientras se quitaba la arena de las patas.
El potro abrió sus ojos, atónito. Sintió ganas de pedir disculpas, estaba avergonzado; pero en lugar de eso, agitó sus rojas crines y contestó:
-Y , ¿tú?, ¿ es que no ves ?. ¿Qué hacías poniéndote bajo mis patas? - y levantó la cabeza abriendo mucho los ojos y los orificios de la nariz , en una expresión , que creyó bastante amenazadora para su adversario.
El alacrán le miró de arriba abajo y le preguntó sonriente:
-¿Me tienes miedo?
-¿Miedo?¿De alguien tan pequeño?, ¡Ridículo!.-Esta vez , el bruto echó sus orejas hacia atrás, enfadado, y enseñó los dientes.
-Mi picadura es mortal.- Continuó con flema el alacrán.
- He oído hablar de ello. Pero no podrás hacerlo mientras yo esté alerta, y entonces, serías tú el que lo pasaría mal.- Para confirmarlo, el caballo, se levantó de manos y ensayó unos cuantos saltos a dos patas. Mientras se exhibía, le sacudió un fuerte escalofrío:
-Podría hacerlo, si me descuido…- Así que, acercó su belfo a la cabecita del alacrán entornó los ojos y con voz suave, relinchó:
-Y…, ¿por qué tendrías que picarme?
-Porque…-empezó el arácnido frotando pensativo sus pinzas.
 La bestia inclinó la cabeza expectante. El otro trató de acabar; pero una nubecita ensombreció sus redondos ojos. Goliat , olió que estaba metiendo las narices dónde no le importaba. Así que resopló con respeto, hizo un par de cabriolas y cambió de tema.
-Soy Goliat, y el mundo es mío.
- Y yo ,Escorpión, y esta es MI CASA.-Recalcó por si quedaba alguna duda.
-¡Qué tontería!- pensó el cuadrúpedo.- Quédate con tu casa que yo me quedaré con mi mundo.
-¡Escorpión!- saltó de nuevo Goliat.-¿Estarás aquí mañana? Me gustaría volver a verte.
- No me moveré de aquí.- Oyó que decía el de la voz profunda.
   Y Goliat, se fue despacio, sin atreverse a mirar por el rabillo del ojo al Escorpión. Cuando se hubo alejado, galopó con todas sus fuerzas, y galopó también al día siguiente, temiendo no encontrar a su nuevo amigo. Al llegar al lugar de la cita, frenó el paso, contuvo jadeante la respiración y ocultó las enormes ganas que tenía de volver a verlo. Y, ¡allí estaba!. En el mismo sitio, en la misma posición en la que le había dejado.
   Fueron inseparables desde entonces. Paseaban juntos, orgullosos el uno del otro, ignorando las cabezas de los otros animales que se giraban para mirarlos. Formaban una pareja especial y lo sabían.

 -¿Qué te ocurre, Escorpión?- Preguntó un día el de las crines rojas.- Hace días que te encuentro…, triste…callado…
-No es nada, Goliat- dijo. Pero sus redondos ojitos se volvieron opacos.
El alazán, receló un momento al descubrir aquella nubecita  que asomaba de nuevo en los ojos de Escorpión y sacudió con fuerza su cabeza como para borrar los malos presagios. Aquella nubecita ensombrecía cada vez mas, la mirada de su compañero.
Una noche en que Goliat descansaba como lo hacen los caballos, Escorpión se le acercó. Por fin, irguió su cola, y musitó:
-Lo siento, amigo; pero tengo que hacerlo.
Fue rápido , certero, seco . En el tiempo en que uno pestañea, el aguijón envenenado entró y salió del corazón de Goliat. Este entreabrió los ojos:
-¡Lo ha hecho, Gran Unicornio! ¡Lo ha hecho!¡Estoy muerto!
-¿Te encuentras bien, amigo?-acertó a decir el del aguijón.
El caballo, al oírle, logró ponerse en pie. Le miró incrédulo, con odio , la boca abierta llena de espuma. La ponzoña había echo efecto y ardía en su interior. Se alzó de manos incapaz de soportar aquel dolor de locura, con la intención de patear, pulverizar, borrar para siempre al Escorpión de la faz de la Tierra. Desde arriba, de pronto, vio los ojitos redondos y negros de su pequeña víctima. Quedó petrificado. La nubecita se había deshecho en lluvia.
-Tu eres un caballo. Yo soy un escorpión. Tenía que hacerlo. No puedo evitarlo.-
En lugar de descargar su golpe, Goliat se desgarró el pecho en un  brutal relincho. Giró con violencia sobre sus patas traseras y salió disparado en estampida. El fuego del veneno le devoraba el corazón y se expandía por las venas, las entrañas y el cerebro. Algunas ascuas empezaron a brotarle por los poros. Aún así, corrió con tal furia , que arrancó chispas de las piedras. Pronto ardieron sus pezuñas y en seguida sus rojas crines . El dolor, la ira, el veneno y el viento atizaron las llamas hasta engullirlo en  una enorme bola de fuego desbocada y sin destino.
  Pero el Gran Unicornio que habita en las Praderas de la Serenidad, lo vio todo y lo escuchó todo , y , a buen seguro,  concederá a Goliat, las alas de Pegaso .





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